PORTILLO, un lugar para el reencuentro
Amanece un nuevo día, uno más de 362 sumida en la tristeza y en
la apatía. Como cada mañana, Judith mira
por esa vieja y roída ventana que da al parque más hermoso de la ciudad. En su
mente, el mismo pensamiento de todos los días:- “otro día triste y oscuro”; sin
embargo era un día precioso, resplandecía el
sol y corría una suave y cálida
brisa, los pájaros señalaban con sus cantos la llegada del otoño.
Se levanta con paso torpe y lento hacia el baño, tras lavarse la
cara se mira al espejo durante unos minutos… ve en sus ojos una profunda tristeza.
“¿Pero quién es esta?”, se pregunta cada mañana. No se reconoce, y se repite:
“¡Quiero que vuelvas!” “¿Dónde estás?”.
Abandonada en su descuido,
hasta los pajarillos que acudían cada mañana a su ventana deciden migrar a otra
con más luz. Demasiados meses de sufrimiento al lado de psicópatas-acosadores y
cobardes mudos, aguantando todo tipo de burlas, insultos, gritos y
humillaciones en su trabajo, la han
llevado a los 362 días de baja.
¿Dónde estabas tú?- gritaba con rabia, pero su voz se perdía en
la nada. Sola y sin fuerzas, decidió resguardarse en su fortaleza, ahí donde
nadie podría hacerle daño- “su castillo”. Una fortaleza segura pero fría y
oscura, triste, sin vida, un espacio para la destrucción.
Se pone la misma ropa,
los mismos zapatos rotos de hace meses y decide salir a comprar el pan, se esconde tras sus gafas de sol, no quiere que nadie la
reconozca, aunque ni ella misma se reconoce tras haber perdido 21 kilos.
Famélica, emprende su camino de bajada hacia el portal, 63 interminables
escalones. Temblando abre la pesada puerta y ya en la calle frente al parque
emprende la misma ruta de siempre. Según camina le vienen recuerdos de su
infancia, cuando reía y jugaba con sus padres en ese mismo parque del que puede
disfrutar desde la ventana de su casa; las lágrimas ruedan por su cara, son
recuerdos muy intensos, una cálida brisa limpia sus lágrimas al igual que lo
hacían las caricias de su madre. Fueron unos años magníficos, todo era alegría,
risas y lo más importante: amor, caricias, abrazos y esos dulces besos que le
daban sus padres cada mañana al levantarse… ahora, todo se tornó turbio y eso
le dolía en lo más profundo de su corazón.
Llega a la panadería donde su madre cada domingo le compraba su
pastel, el mismo olor y el mismo calor y sus ojos se llenaron de lágrimas.
-Buenos días, lo de siempre.
-Judith, ¿estás bien? ¿Estás llorando?-le pregunta la panadera.
-Sí, estoy bien, algo se me metió en el ojo. Muchas gracias,
hasta luego.
María la panadera con sus 70 años que la vio nacer y crecer,
presiente que Judith no está pasando por su mejor momento.
De regreso a su
castillo la mirada regresa al parque, por un momento le pareció ver a sus
padres en ese viejo banco rojo que tanto les gustaba y desde el que se podía
ver un inmenso lago en el que chapoteaban un montón de aves y nadaban cientos
de peces de colores. En ese banco podía disfrutar del dulce aroma a jazmín, la
flor favorita de su madre. La melancolía le invade, no podía apartar la mirada
del banco en el que tantas horas disfrutó en su niñez con sus padres, y en el
que cada tarde, tras salir del colegio su madre le daba la merienda y le
contaba historias de su infancia. Ya en el portal, pudo ver como su madre le
decía:- “sé fuerte y lucha, te quiero”; no entendía nada, ¿sería una señal?
necesitaba salir de ese oscuro pozo. Mientras buscaba las llaves, un papel fue
a parar a su pecho, se asustó pues aún estaba inmersa en su sueño, lo cogió y
leyó: “Invitación”. Esta palabra despertó su curiosidad, ¿otra señal? siguió
leyendo.
-Vaya, una
invitación para la inauguración de un nuevo pub, está a dos calles de aquí, y que
nombre más curioso-“Hasta cuándo”.
Enseguida le vino la imagen de su madre y sus palabras:-“sé
fuerte y lucha, te quiero”. Algo dentro de ella le decía que debía acudir,
secándose las lágrimas subió deprisa los 63 escalones, volvió a sentir
mariposas en la barriga, esa sensación le produjo confusión y miedo, ya la
conocía y solo le había traído problemas.
Sin embargo
haciendo caso a las palabras de su madre se fue al baño, y se dio una ducha,
¿Qué voy a ponerme?... Pues, tras varios meses sin salir de compras y con el
peso que había perdido no sabía si algo le vendría bien.
Con rabia se dijo
en voz alta:-No será por no intentarlo-
De camino al armario vio el antiguo radiocasete en el que su
madre cada tarde escuchaba sus cintas de música saxo, se acercó hasta él e
introdujo su favorita, aún podía percibir en el viejo casete el perfume de su madre,
dio al play y… sonaba igual, “qué recuerdos”. Del armario cogió un largo y suave vestido de
raso color perla que le regalaron para
el día de su graduación, nerviosa se fue hasta el frio y oscuro espejo y tras
ponérselo sintió lo mismo que la primera vez, estaba preciosa, los rayos de sol entraban por la ventana y
hacían que sus grandes ojos verdes volviesen a brillar. En ese momento pensó
que debía cortar con el pasado, cogió la vieja tijera y se cortó el pelo tal y como
se lo hacía su madre, quería mirarse al espejo y volver a ver a esa joven
segura y divertida y no a esta persona en quién se había convertido y que no
conocía. Escuchó de nuevo pajarillos en
su ventana, vio lo soleado que era el
día, no recordaba un día tan precioso.
La música envolvía la estancia,
por unos segundos cerró los ojos y percibió como una suave brisa le susurraba:-“ve y pásalo bien”, de nuevo el
olor de su madre, un dulce olor a jazmín. Buscó su viejo estuche de maquillaje
y frente a su… oscuro y frio espejo, empezó a maquillarse; no recordaba como se
hacía, había perdido la práctica, aunque era cuestión de intentarlo.
De repente volvía a
sentir hambre, se acercó a la nevera, atravesando las notas musicales de ese
romántico saxo y se preparó un jugoso y delicioso sándwich. Saboreó cada
mordisco, casi había olvidado masticar, -“qué rico”- se decía mientras,
miraba la mesa en la que con su madre
preparaba deliciosas rosquillas de anís. Aún percibía en el ambiente el aroma de esas
rosquillas recién horneadas mientras bailaba con la melodía del saxo.
Miró el reloj de cuco, era la hora de dejar un montón de meses
de sufrimiento atrás, debía ser
fuerte y emprender un nuevo camino. Cogió su bolso y bajó los 63 escalones
nerviosa como una adolescente en su primera cita, la emoción invadía todo su
ser, sentía como sus piernas no paraban
de temblar.
Tras once meses dentro de su fortaleza, miles de preguntas
invadían su mente:
-¿Llegaré a ese pub? Mis piernas no dejan de temblar.
-¿Me mirará todo el mundo?
-¿Qué me encontraré allí?
-¿Sabré comportarme y podré mantener una conversación?
-¿Se fijará alguien en mí? Y si es así ¿De qué hablaré?
Las palabras de su madre la guiaban hacia su nueva oportunidad,
solo por ella lo haría. Frente al local pudo ver y escuchar el bullicio de
gente esperando en la puerta, se paró en la esquina indecisa y tras coger aire varias veces buscó en su
bolso la invitación. Con ella en la mano y con paso firme se acercó a la
puerta, una vez dentro no paraba de mirar de un lado a otro, cuánto tiempo sin
disfrutar un lugar tan hermoso. Nunca estuvo en un local lleno de instrumentos
musicales, algunos ni sabía que existían, sonaba música Jazz que la
transportaba a los antiguos años 50, era ideal. Se acercó a la barra y se sentó
en el lugar más tranquilo y luminoso, enseguida se acercó un apuesto joven, le
preguntó:
- ¿Quiere probar la especialidad de la casa? Un combinado de
frutas tropicales sin alcohol.
- Interesante, póngame uno por favor.
Tomó su copa y se fue a
unos grandes sillones blancos que prometían ser muy cómodos, no pasaron diez
minutos antes de que se acercase una estilizada joven, de ondulado pelo rubio,
dulce voz y gran sonrisa.
-Hola, mi nombre
es Mirenlu, ¿puedo sentarme?
-Sí claro.
-¿Cómo te llamas,
eres nueva en el barrio? No te vi antes.
-Me llamo Judith,
nací y me crié en este barrio. ¿Y tú, llevas mucho en el barrio?
-Llegué hace un
año de la India.
Mirenlu, miraba a la joven a los ojos y se preguntaba,-¿cómo
unos ojos verdes tan bonitos podían estar tan apagados y transmitir tanta
tristeza?
Transcurrían los
minutos y las dos extrañas, ahora conocidas, no paraban de hablar, reír y llorar.
Judith miró su reloj y asombrada se dio cuenta que había pasado tres horas,
aunque su sensación fuese que tan sólo
había transcurrido diez minutos. Era tan sencillo conversar con esa mujer, era toda
paz, amor y comprensión. Le transmitía tanto que le recordaba esos momentos en
los que charlaba con su madre en las noches frías de diciembre, sentadas al
calor de la chimenea viendo nevar. Por el contrario, Mirenlu al escuchar su historia entendió que tenía mucho trabajo
con esa joven. No se podía permitir abandonar a esta frágil persona a su
suerte. Le propuso ir a cenar a un precioso restaurante indio situado frente al
lago del parque en el que servían unas
jugosas y ricas ensaladas, entre otras cosas. Ya en el restaurante continuaron
hablando, acompañadas de una suave música chill out, un penetrante olor a
incienso, hogar y dulces de miel.
Mirenlu le ofreció que le acompañase a un curso, que ella
impartiría en un lugar lleno de magia, un lugar ideal para el renacer y
reencuentro de toda aquella persona que necesitase reorientar su vida. Inmersa
en la emoción, le describía esas calles de piedra, el calor de los hogares, la
amabilidad de sus gentes con todos los que allí acuden, sus famosos obradores de pastas y la gran de variedad
de setas que allí puedes encontrar. También recordaba con cariño el viejo horno de pan, escondido al
fondo de una vieja casa de techos bajos en el cual siempre te recibe Purita con
una dulce sonrisa y que como marca la tradición, sigue haciendo sus cuentas en
unos viejos papeles con un lápiz afilado a cuchillo- ella lo llama reciclar o
tradición-. Nunca olvidara ese olor penetrante a pan recién hecho, ese intenso
pero acogedor calor al entrar y ese fuerte aroma a levadura que tras muchos
años aún sigue grabado en su mente.
Judith tardó
veinte segundos en decir sí, estaba
deseando conocer ese lugar y sobre todo a nuevas personas. Ambas se fundieron
en un largo y caluroso abrazo, Mirenlu notó enseguida su falta de paz y cariño,
pero sabía que Portillo sería la puerta hacia una nueva vida.
Mientras las lágrimas
recorrían su rostro, le preguntó a
Mirenlu:
-¿Cómo se llama
ese lugar tan mágico y dónde nos alojaremos?
-El lugar del que tanto te he hablado se llama PORTILLO, es
un pequeño pueblo de la provincia de Valladolid, nos alojaremos en uno de los
hoteles rurales más bonitos con más encanto e historia que hayas podido ver-“La
Enhorcadora”- aunque la historia te la contará nuestro amigo José Luis, una
persona muy entrañable conocedor de la gastronomía del lugar, así como de su
historia y un gran guía para todo aquel que desee saber de Portillo. Llegaremos en una de las épocas más mágicas,
la época de las setas. Comeremos frente al hotel, en un restaurante llamado-“El
Alboroque”- ubicado dentro de una sacristía y en el que disfrutaremos de ricos
platos que José Luis nos preparará con la gran variedad de setas típicas del
lugar, níscalo, boletus, pie azul, seta panadera, seta de cardo, todas
riquísimas. Bueno creo que deberíamos irnos a descansar pues mañana nos espera
un largo viaje.
De regreso a casa
Judith no podía dejar de pensar en todo lo que le había pasado, necesitaría
horas y horas para asimilarlo: Mirenlu, el restaurante con sus perfumes, ese pueblo tan especial…
¿Cómo sería? Quería dormirse ya para abrir los ojos cuanto antes y emprender su
aventura… ¡Su aventura, su nueva vida, su oportunidad para renacer!
El viejo reloj de
cuco da las cinco, aún es de noche, emocionada se levantó y se dio una ducha caliente,
necesitaba bajar su ansiedad. Con la maleta casi preparada, decidió prepararse
un nutritivo desayuno aunque no paraba de mirar el móvil, necesitaba saber de
su amiga. Un té acompañado de unas
tostadas con tomate, zumo natural de naranja, frutos secos y una macedonia de frutas, harían
que su frágil cuerpo se recargue de energía para emprender su emocionante
aventura. Lo coloca todo en una antigua bandeja y se acerca a la ventana que da
al parque del lago, desde allí el amanecer es de postal. En el último bocado
sonó el teléfono:
-En treinta
minutos pasaré a recogerte- le dice su amiga.
Justo en ese preciso momento el primer rayo de sol entra por la
ventana e ilumina su cara y preciosos
ojos verdes. Se termina el zumo, termina de preparar su maleta y con lágrimas
en los ojos recorre su fortaleza, se para ante el oscuro y frio espejo y con
miedo levanta la mirada sin saber lo que se va a encontrar y… ¡Ahí está!, ella
emanando un precioso aura de luz y vida, sus lágrimas no paran de brotar; ¡conseguido!,
ha vuelto por fin. Enseguida supo que era el comienzo de una nueva vida y que
no iba a permitir que nada ni nadie lo estropease.
Corrió hacia la
ventana, miró al viejo banco rojo y con lágrimas
aún en los ojos gritó: “voy a ser fuerte, mamá”. Cogió la vieja cinta de saxo
la metió en su maleta y corrió escaleras
abajo, allí estaba su amiga con una gran sonrisa:
-Buenos días
Judith, ¿Estás bien?
Pudo ver el brillo de su
cara, la fuerza de querer emprender un nuevo camino hacia una nueva vida.
-Estoy bien, es la
emoción del viaje.
Ambas se miraron y sonrieron, un cálido abrazo señaló el
comienzo hacia ese lugar mágico llamado PORTILLO.
Tras varias horas de
viaje y preciosos paisajes, emprenden la subida hacia pueblo. Un gran torreón
les indica que se encuentran en su
destino. Las vistas no podían ser mejores, todo era tal y como se lo había
descrito su amiga. Aparcaron el coche en una gran plaza, con casitas bajas de piedra en la que unos grandes arcos coronaban
la entrada. Al bajar, el aire fresco acarició su rostro, un familiar olor a
comida casera penetró hasta sus pulmones, su boca empezó a salivar.
- Mirenlu,
José Luis está preparando sus ricos platos de setas- comentó con una sonrisa.
De camino a -El Alboroque- su mirada iba de un sitio a otro, el
lugar realmente transmitía magia, podía
sentir el calor de los hogares, se respiraba el olor a familia, sus estrechas
calles invitaban a perderte entre ellas
e investigar todos y cada uno de sus rincones. Los balcones y ventanas estaban
vestidos de un sinfín de flores, lo que
le hacía aún un lugar más mágico si cabía.
Ya en la cafetería, no pasaron desapercibidas, enseguida José
Luis advirtió su presencia y corrió hacia ellas. El cariño y la amistad que se
tenían podían cortarse con el filo de una navaja.
Judith, le observó y era tal y como se lo imaginaba, simpático,
amable y risueño, todo un caballero. Enseguida congeniaron y tras las
presentaciones, tomaron un vino tinto acompañado de varias tapas de diferentes setas,
a cada cual más rica. Prometía ser una gran semana, ese lugar le transmitía
algo especial que hacía mucho tiempo que no sentía: “el calor de una familia”.
De repente, al fondo, en el restaurante estalló un júbilo de
risas y alboroto, pronunciaban el nombre de su amiga. Era el resto del grupo
que cada año se reunía allí para su curso de yoga, gestión emocional, etc. La
gran familia de la que ella le había hablado y con la que pensaba emprender su
nuevo camino: ABECAM.
Tras la cena, José Luis
les acompañó hasta “La Enhorcadora” un precioso hotel rural de piedra, estilo
rústico y con un gran patio trasero, ideal para disfrutar cada mañana del
desayuno. Al entrar de nuevo le vino el olor a hogar, todo era antiguo y
parecía que cada objeto quería contar su historia, jamás pensó que podía
existir algo igual. Ya en su habitación volvió a sentir esa paz olvidada
de su juventud; de pronto y sin saber por qué su mirada se dirigió hacia en un
viejo pero elegante armario centenario de tres puertas y enorme espejo rosado. Lo
abrió y…era como viajar por el tiempo, su interior estaba forrado con
terciopelo rojo, varios cajones grabados con antiguos sellos de correos de
diferentes partes del mundo dividían su interior, y unas brillantes barras
doradas invitaban a hacer uso de él. Colocó su radiocasete en la mesilla de
noche y puso la vieja cinta de saxo, mientras las notas musicales se adueñaban
de la habitación, colocó su ropa en el armario, se desnudó y tras coger una suave y gruesa toalla con olor a
lavanda, fue a darse una relajante ducha caliente; “demasiadas emociones”. Cayó
en la cama agotada, tras arroparse con unas sábanas color albero, cerró los
ojos pensando en qué le esperaría al día siguiente, y se quedó dormida mientras
sonaba en su viejo radiocasete “Lily was here”.
Dos golpes secos le sobresaltaron -¿Judith, estás despierta?-
era su amiga, le pareció haber dormido tres minutos, era tal la paz que sentía
en ese lugar, que se quedaría en esa cama semanas enteras.
-Sí
Mirenlu, puedes pasar.
-Hola
princesa, vístete que quiero que veas y sientas la magia que envuelve este
lugar.
Nerviosa por la oferta de su amiga, tardó segundos en vestirse,
y ambas cogidas de la mano corrieron escaleras abajo hasta la calle. De nuevo
ese bofetón de aire frio la despertó de inmediato, recorrer de nuevo esas
estrechas calles con sus balcones y ventanas bañadas de flores multicolor,
hacía que se sintiese de nuevo viva; no sabía cómo podría agradecerle todo esto
a su amiga, pero desde luego lo que si sabía es que iba a disfrutar de cada
rincón y cada segundo en PORTILLO.
-¿A dónde vamos?-
No soporto tanta emoción, muero de ganas
por ver esa magia.
Su amiga reía, parecía una niña con zapatos nuevos deseando
llegar a la feria. Según caminaban por las calles se podía escuchar el silencio,
ese olor a café recién hecho, el olor a chimenea y como no, el aroma a pan y
pastas recién horneadas…“mágico, mágico” no paraba de pensar. Cien metros más
adelante, una anciana regresaba a casa con una cesta de mimbre cargada de pan
casero y dulces aun humeantes, era la panadería de Purita, invitaba a entrar,
pero primero tenían algo que hacer. Unas jóvenes golondrinas se preparaban en
lo alto de un cartel para su largo viaje hacia tierras más cálidas, sus últimos
cantos resonaban en el silencio de la mañana. Siguieron calle abajo hasta
llegar a un majestuoso arco milenario, situado
en la falda de una colina desde la que podían ver enormes campos dorados y
desde donde seguro pudo ver viejas batallas e historias.
Mirenlu situó a Judith bajo
ese mágico y robusto arco de piedra y…mirándola a los ojos le susurró suave y dulcemente:
-Princesa,
hemos llegado al lugar mágico, este es tu momento, aquí y ahora comienza una
nueva vida para ti, no temas, en ese camino estaré yo, iré de tu mano cuando lo
necesites, solo te pediré una cosa, has de prometerme que no permitirás que
nunca nada ni nadie te volverá a sacar de él.
-Judith
la cogió las manos y asintió.
Mirenlu se apartó unos
metros, la dejó sola bajo el arco y mirando hacia un precioso valle de campos
dorados. El horizonte anunciaba un mágico amanecer, una deslumbrante luz
naranja acompañaba los primeros rayos de
sol, estos iluminaron su largo y
ondulado cabello dorado, su pálida piel y sus enormes ojos verdes.
Desde lo más profundo del corazón de Mirenlu salió:- “Es como un
ángel”; Judith llevo sus manos al corazón y juró que nunca más volvería a pasar por un infierno
igual, dejó que el calor de los rayos de sol cargase de energía cada poro de su
piel y entonces entendió porque su amiga tildaba de mágico este lugar. Pasados
unos minutos, buscó a su amiga con quien se fundió en un infinito abrazo y dijo entre lágrimas:-“nunca olvidaré este
lugar ni este momento, aquí y ahora empieza mi nueva vida”.
En silencio emprendieron el camino hasta la panadería de Purita,
compraron un crujiente y sabroso pan de kilo, pastas recién hechas y disfrutando
de un renovador paseo llegaron a
-El Alboroque-. José Luis les tenía preparado un desayuno especial del lugar que acompañaron
con las pastas y cómo no con sus historias sobre el pueblo, gastronomía y
tradiciones; fue uno de sus mejores desayunos, se quedaría allí horas y horas
escuchando hablar a su amigo, era un torrente de sabiduría. Tras el exquisito
desayuno comenzó la semana de yoga, crecimiento personal, gestión emocional,
meditación y autoestima; “una experiencia inolvidable”, que fortaleció y renovó
a Judith.
Pasó el tiempo y Judith nunca olvidó Portillo, ese pueblo
cargado de magia, historia, gastronomía y fantásticas tradiciones contadas
desde la sapiencia de su amigo José Luis, un gran guía desde luego, y sobre
todo nunca olvidó, que ese fue el lugar donde volvió a nacer y a ser feliz.
Cada año regresa con su
amiga Mirenlu y su familia ABECAM, a cargar las pilas bajo ese sabio y viejo
arco, a disfrutar de la rica y variada cocina que le ofrece su amigo en El
Alboroque y a dejarse arropar por la paz y el calor de La Enhorcadora, también recuerda con mucho cariño y a la vez
tristeza, la noche final, cuando se reúnen
todos en La Sacristía, alrededor de la chimenea, a tomarse la última copa contando entrañables historias y terminan planeando el próximo viaje a su entrañable y MÁGICO
PORTILLO.
Gracias, José Luis,
por tus horas de sabiduría y por abrirnos tan humanamente las puertas de tu
casa. Estar allí,
en “La Enhorcadora”, “La Sacristía” y “El Alboroque” fue algo mágico. Espero que podamos volver a vernos pronto y disfrutar de tus platos
que con tanto cariño nos preparas. Igualmente quisiéramos agradecer la amabilidad de los ciudadanos de Portillo, fue muy enriquecedor poder empaparnos de sus historias y tradiciones, así como pasear por sus calles. No quisiera dejarme en el tintero la dulzura y
el bien hacer de nuestra encantadora amiga Purita, quien nos deleitó con sus grandes
productos, al igual que los grandes profesionales que nos conquistaron con sus exquisitas pastas de Portillo, famosas
en el mundo entero. En resumen, una experiencia imposible de olvidar que nos acompañará el resto de nuestras vidas.
RECUERDA “No estás solo,
estamos contigo”.
ASOCIACIÓN BENIDORM Y
COMARCA
PARA EL APOYO CONTRA EL MOBBING
Agradecimientos a Beatriz Giovanni por
su lectura,correcciones y consejos.
Villa de Portillo
LA ENHORCADORA